El suelo y sus propietarios (I)

Vivimos tan inmersos en lo cotidiano que no nos damos cuenta de la importancia que tiene en el crecimiento de las ciudades quién es el poseedor del suelo. De hecho, gran parte de la complejidad del urbanismo actual deriva de las soluciones que se ha ido dando a este problema en los dos últimos siglos.
Es fácil que el lector no especializado no vea dónde está el problema. Tenderá a pensar que si fuera un problema tan importante estaría ya resuelto: solo tendríamos que acudir a las ciudades antiguas, o no tan antiguas, para aprender de ellas la solución. Al fin y al cabo, como decíamos en nuestra primera entrada, el hombre vive en ciudades desde hace más de cinco mil años y la historia nos ofrece ejemplos de ciudades realmente complejas y evolucionadas.
Sin embargo, el hecho de que la propiedad del suelo en la ciudad industrial moderna no tenga nada que ver con ninguna de las formas de propiedad que se dieron en épocas pasadas plantea para la ciudad problemas nuevos que nunca antes hubo que solucionar.
En la ciudad industrial el suelo está en manos de las personas, de los individuos, los cuales, además, comercian con él. Y es precisamente esta circunstancia de que el suelo sea objeto de comercio entre los ciudadanos,  y que éste particular comercio se dé entre una gran cantidad de individuos particulares, algo que distingue a nuestras ciudades de las de cualquier otra época. Por lo demás, que este comercio sirviera al principio de la revolución industrial para resolver los problemas del intenso crecimiento de nuestras ciudades -liberando al suelo de vínculos familiares o institucionales ajenos al beneficio económico del que comercia con él- no impidió que con el tiempo se convirtiera, a su vez, en una nueva barrera para su crecimiento.
La ciudad histórica siempre creció paulatinamente. Solo en casos muy particulares -como puede ser el de Roma en la época imperial, o en el caso de la creación de asentamientos coloniales como los que llevaron a cabo los griegos y los romanos, o más tarde, ya en época moderna, los españoles durante las conquistas americanas- se dieron fuertes crecimientos en períodos de tiempo relativamente cortos.
Pero la ciudad no solo crecía lentamente en comparación con el fuerte crecimiento de nuestras ciudades actuales, sino que además su crecimiento estaba claramente definido por límites nítidos que, frente a lo que se tiende a creer, no eran siempre defensivos (murallas), sino también político-administrativos, como los muros y cercas que afirmaban la autonomía político-económica de los núcleos urbanos (control de entrada y salida de mercancías y de personas, pago de peajes, etc.).
Que fuera de estos límites se dieran asentamientos aislados, normalmente alrededor de monasterios o fábricas, no cambia esta realidad ya que dichos asentamientos no solo no formaban parte de la ciudad sino que eran excepciones en el conjunto de los terrenos que la rodeaban, destinados predominantemente a usos agrícolas o ganaderos y cuyos principales propietarios eran, bien la propia comunidad (terrenos comunales, ejidos, etc.), bien alguna otra institución (soberano, nobleza, iglesia,...) que no podía disponer de ellos a voluntad para cambiarlos simplemente por dinero.
Frente a lo que se suele creer, independientemente del límite físico que imponían los muros (los muros pueden saltarse), no era tan fácil dejar que la ciudad creciera, y tomar la decisión de dejar que ocupara más suelo llevaba tiempo y en la decisión intervenían más factores que los meramente económicos.
Hipódamo de Mileto diseñó ciudades coloniales en la antigüedad
(en la foto, plano para la reconstrucción de Mileto, que había sido devastada)
Por su parte, el caso de las ciudades coloniales es interesante porque dándose en ellas los crecimientos más rápidos y los sistemas de planificación urbana que más han despertado la envidia de los urbanistas de hoy, se diferenciaban de nuestras ciudades actuales no solo en que también solían tener límites claramente trazados y calculados, sino que se construían sobre un suelo virgen, es decir, que no pertenecía a nadie más que al monarca que había ordenado la conquista (caso español), o al pueblo que se instalaba sobre él (caso de las colonias de la antigüedad). Esta circunstancia es lo que permitía que su trazado fuera tan tentadoramente racional para cualquier urbanista contemporáneo.
El caso de nuestras ciudades es muy distinto... (v. próxima entrada)




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