El parque de Canalejas de Albacete: una reinterpretación del espacio urbano

El parque en su relación con la ciudad poco después de ser plantado
(nuestra tesis en esta entrada es que las manzanas sin colorear son una idea sobrevenida)

La creación del parque de Canalejas (hoy, y en todo lo que sigue, parque de Abelardo Sánchez) a principios de la segunda década del siglo XX fue un hito en el crecimiento de la ciudad. Albacete, que había tenido ocasión de su nacimiento en una humilde fortificación medieval musulmana de la que no queda rastro y que tras la reconquista de la zona y su progresiva pacificación fue viendo crecer su caserío alrededor del alto de Villacerrada, siempre había tenido por dirección de referencia para su paulatina expansión la del camino real que unía Madrid con Levante.
La estación de tren implantada en la segunda mitad del siglo XIX ya apuntó un cambio en esta situación sin modificar aún, sin embargo, la tendencia general. En efecto, con el tren se reforzó el desplazamiento del centro urbano desde la plaza Mayor a la plaza del Altozano, alrededor de la cual se habían erigido en la segunda mitad del siglo XIX los nuevos edificios administrativos que demandaba la reciente condición de capital de provincia (1833) de la ciudad. A partir de entonces la ciudad disponía de otra entrada importante, la estación de tren, con lo que empezó a configurarse una nueva dirección norte-sur materializada en el actual Paseo de La Libertad, que unía Altozano con estación. 
Pero la contribución del tren al desarrollo de la ciudad no fue tanto este primer esbozo de un eje norte-sur que solo se consolidaría, como veremos, con el parque, como las nuevas posibilidades que daba a esta zona de la Mancha la salida de sus productos agrícolas a gran escala por medio del tren hasta el puerto de Valencia. El tren supuso un revulsivo en la economía de Albacete y su entorno, revulsivo que se estaba fraguando ya desde finales del siglo XVIII, con la mejora de los canales de la zona de los Llanos para aumentar su productividad. Pero solo con el tren se creó una puerta de salida a los excedentes, lo que fomentó la pujanza de una nueva clase económica, la burguesía, que sería la promotora del parque. 
Pero como decíamos, fue este el que potenció la renovación urbana y el crecimiento en dirección sur, no sin antes resolverse el histórico problema de salubridad que presentaba nuestra actual calle Ancha, Val General entonces. 
Hasta las obras de alcantarillado de 1909 el Val General había sido una vía insalubre por tener la condición de vaguada entre la zona de Villacerrada al oeste y la de la plaza de las Carretas al este. Esta parte baja de la ciudad habría sido hasta el siglo XIX una zona subsidiaria de la pujanza de dos barriadas separadas pero "cosidas" por lo que hoy es la calle Mayor, tramo urbano del camino real uniendo sus respectivas plazas, Mayor y Carretas (v. plano). 

Proyecto de alcantarillado de Albacete (1908)

Por la fecha del plano de alcantarillado, 1908, no se puede decir que la decisión de crear el parque, contemporánea a las obras de saneamiento, formara parte de un proyecto más amplio de crecimiento de la ciudad hacia el sur. Si ese hubiera sido el caso, es lógico pensar que el proyecto habría contemplado prolongar la red de saneamiento hacia el sur desde el nudo de la calle del Tinte, cosa de la que no se ve atisbo alguno. Parece más bien como si la creación del parque se entendiera al margen de la prolongación del Val General. El parque sería más bien lo que hoy denominamos un parque periurbano a las puertas de la ciudad y su razón de ser era crear un espacio público de ocio del que hasta entonces había carecido la ciudad.
Que se implantara un parque como el de Abelardo Sánchez en una ciudad como Albacete, que entonces apenas contaba con 20.000 habitantes, tiene algo de grandioso y quizás también de desmesurado. Con sus diez hectáreas suponía estándar de 5 m2 por habitante, admirable para la época. Visto desde hoy, uno está tentado de ver en él la ilustración de una lección de buena planificación urbana, como si bastara crear un parque así para que la ciudad articulara su crecimiento hacia y alrededor del mismo. Pero las cosas son más complejas.
En primer lugar, para que surgiera nuestro parque hizo falta una circunstancia histórica más que una decisión administrativa. Es decir, la decisión administrativa fue consecuencia de una circunstancia histórica: la acumulación de capital en una ciudad de provincias que se había beneficiado de la línea férrea Madrid-Valencia, y el consecuente florecer de una nueva clase social que se identificaba, aunque fuera vagamente, con unos sueños y unos modos de vida europeos. Sin estos ingredientes el parque de A. Sánchez no habría tenido lugar.
Pero, por otro lado, nuestro parque no habría tenido éxito en cualquier otro lugar de la ciudad, por mucho dinero del que se dispusiera. Otras zonas de la ciudad estaban ya demasiado cargadas de significados como para que fuera fácil que los nuevos propietarios les dieran una nueva interpretación. Por escala y función lo más parecido había sido el recinto ferial de finales del siglo XVIII. Pero el recinto ferial estaba vinculado a la actividad económica del campo, era más un mercado que un espacio de ocio. Se asociaba más con la población campesina que con los nuevos círculos urbanos, la nueva burguesía que florecía por todas partes en la segunda mitad del siglo XIX. Es como si ese sector adinerado que se acababa de formar se identificara pronto con el parque y, una vez creado éste, fuera el propio parque el que tirara de aquella burguesía que había sido la ocasión de su existencia y, lo que es más importante, esa burguesía se dejara tirar de él.
En otras palabras, todo el eje del Val General adquirió un nuevo sentido al ubicar el parque al sur del casco urbano. Conforme las familias iban construyendo sus nuevas residencias en las cercanías del parque la calle empezó a adoptar un aire burgués que animó a más familias a construir sus propias villas, todas relacionadas con ese sueño de disponer de espacios de ocio y relación en una ciudad que hasta entonces no había encontrado tiempo para valorarlos.  Si contrastamos la fecha de construcción de los edificios más representativos de la ciudad incluso hoy en día vemos que se construyeron después de la creación del parque y en dirección al mismo, llenando un espacio que hasta entonces había estado muerto desde un punto de vista urbano. 
Por tanto, el parque lo que suministró fue una interpretación diferente a un espacio que de otro modo habría permanecido oculto: la prolongación de la calle Marques de Molins más allá del cruce con la calle del Tinte. Y basta ver los planos de ensanche de Albacete de la década de los años 20 para darse cuenta de que de no haber estado ya construido el parque ese espacio habría sido devorado por la neutra retícula de calles destinadas a alimentar unas locas expectativas de crecimiento.
Para terminar, alguien podría despreciar este hallazgo urbano que fue el parque calificándolo, despectivamente, de burgués, precisamente, o sea, de "clasista". Sin embargo, las ciudades no se crean sin tensiones. Son las tensiones las que dan vida a las cosas, al menos en su nacimiento. Y hoy el parque es una conquista de todos los albaceteños.

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